En el debate contemporáneo sobre los derechos fundamentales, a menudo nos centramos en las amenazas visibles, como las restricciones a la libertad de expresión o de asociación impuestas por el poder político. Sin embargo, un desafío mucho más sutil y profundo está emergiendo: la erosión de nuestra soberanía más íntima, la soberanía sobre nuestro propio pensamiento. La verdadera amenaza a la dignidad humana en el siglo XXI podría no ser un decreto autoritario, sino la influencia silenciosa que moldea nuestras decisiones, anhelos y nuestra propia voluntad sin que seamos plenamente conscientes.
¿Somos Realmente Dueños de Nuestras Decisiones?
Vivimos inmersos en ecosistemas de influencia digital cuya capacidad de persuasión no tiene precedentes. Algoritmos y sistemas complejos pueden preconfigurar nuestras elecciones de manera tan efectiva que el derecho a elegir pierde su significado fundamental. Si el sujeto que ejerce sus derechos ya no es el autor soberano de sus pensamientos, todo el edificio de los derechos humanos se tambalea. La autonomía, pilar de nuestra libertad, ya no puede darse por sentada.
La Necesidad Urgente de los Neuroderechos
Esta nueva realidad nos obliga a ir más allá de las generaciones tradicionales de derechos. Estamos en el umbral de una era que exige el reconocimiento formal de los neuroderechos. Este concepto se refiere al derecho fundamental a la libertad cognitiva y a la protección de la integridad psicológica. No se trata de ciencia ficción, sino de una necesidad presente para garantizar que cada individuo conserve la capacidad inalienable de ser el origen de sus propios pensamientos.
La misión de los organismos de protección, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, debe evolucionar. Ya no basta con proteger al ciudadano del Estado; es imperativo proteger el espacio interior de la mente humana. Esto implica fomentar una nueva alfabetización sobre los entornos en los que operamos y establecer el principio jurídico de que la integridad psicológica es tan sagrada como la integridad física. Proteger la soberanía del «yo» es el reto más importante de nuestra generación.